domingo, 20 de mayo de 2012

Melodía


Un pesado e incómodo silencio asoló la habitación. Ella no parecía predispuesta a continuar contándome nada y yo no sabía como actuar. No fue necesario, ella alzó la cabeza y musitó:
_Por favor, estoy cansada. Me gustaría dormir un poco. ¿Puedes apagar la luz?
Asentí con la cabeza, apagué la luz y me senté en aquel incómodo sofá. Aunque Elisabeth se durmió relativamente pronto, yo no pude conciliar el sueño en toda la noche. Vi desesperado como las luces rojas del despertador que a su vez hacía de reloj pasaban lentamente. No fue hasta que el cielo comenzó a clarear que conseguí dormirme.
Me despertaron unos golpes en la puerta y el trajín de las enfermeras en el pasillo. Abrí la puerta y una mujer regordeta y vivaz me afirmó con una sonrisa que Elisabeth se podía marchar ya. Esta se despertó al oír la puerta cerrarse. Le transmití aquello que me había dicho la enfermera y ella se incorporó lentamente. Me miró y pude ver el miedo en sus ojos; No tenía adónde ir.
_¿Tienes algún lugar en el que dormir? Un hotel o algo… ¿Quieres que te acerque?
Su mentón comenzó a temblar y parpadeó varias veces para contener las lágrimas.
_Por favor.-Dijo entrecortadamente- No quiero volver con él. Lo detesto. Lo odio.
Su voz y sobretodo sus ojos me enternecieron.
_¿Sabes?- Le dije con voz dulce- Puedes pasar unos días en mi casa. Puedes dormir en mi cama y yo en el sofá y mi compañero de piso pasa más tiempo fuera que dentro y no creo que le moleste.
_Gracias, muchas gracias. No sé como agradecértelo.
_Yo sí. No vuelvas a llorar. Tus ojos son demasiado hermosos como para ser testigos de todo ese sufrimiento.
Respiró hondo y sonrió.
_¿Así mejor?
_Así perfecto.

En media hora llegamos a mi piso. Estaba un poco destartalado y todavía no había desempaquetado todas mis cosas. Mientras Elisabeth se daba una ducha intenté preparar la cena. De veras que lo intenté. Al final conseguí una tortilla de patatas un tanto seca y un poco de arroz blanco acompañado de tomate frito. No era gran cosa pero me encontraba bastante orgulloso de ello. No solía cocinar, me alimentaba a base de fiambreras que mi madre me guardaba y de comida enlatada, aunque solía cenar en casa de mis padres pues esta no se encontraba muy lejos.
Puse la mesa en el salón y en uno pocos minutos que se me hicieron larguísimos apareció Elisabeth. Su pelo rubio y ondulado caía húmedo en cascada sobre su espalda tapada por una de mis camisas que le llegaba hasta las rodillas. 
Me quedé maravillado mirándola y ella malinterpretó mi mirada.
_¡Oh! ¡Lo siento! Debería haberte pedido permiso. Soy una maleducada. 
Conseguí salir de mi asombro por su indómita belleza y conseguí decir:
_Eh… Esto… No pasa nada. Puedes coger lo que quieras. ¿Quieres comer?
He preparado la cena.
_¡Vaya! Gracias. Eres muy amable 
Cuando se iba a sentar en un extremo de la mesa su mirada se posó sobre el teclado de Víctor, mi compañero de piso. 
_¿Puedo?… ¿Puedo tocar?
_Adelante, Víctor ni siquiera lo usa.
Ella ya no parecía escucharme. Las teclas de aquel teclado parecían ejercer sobre ella una atracción demasiado fuerte como para prestar atención a ninguna otra cosa. Se paró frente al teclado y lo encendió, al principio se mostró indecisa y sus puños se abrieron y cerraron varias veces. Respiró hondo y comenzó a tocar. Las notas comenzaron a sonar y una melodía que pensaba haber escuchado antes comenzó a entretejerse con el ambiente. Sus manos se posaban sobre unas y otras teclas como gráciles mariposas que elegían caprichosamente su destino.  El resultado era magnífico, la melodía era preciosa. Permanecí en silencio durante unos cinco minutos, la comida se estaba enfriando pero no me importaba. Nada importaba. No al lado de aquella preciosa melodía.
Cuando la última nota desapareció en el aire tuve la sensación de que un hechizo se había roto. No se me ocurrió ninguna otra reacción que abrir boca y parpadear varias veces. Ella enrojeció y pareció salir de un trance.
_Por favor, no me mires así.
_Nunca había escuchado a nadie tocar así.
_No digas tonterías, eso es que no habrás escuchado a…
El rugido de su estómago no le dejó acabar la frase.
_Anda, vamos a comer.

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