_Entonces, ¿estás… estás casada?- el mero de hecho de
preguntárselo se me hacía una tarea extremadamente ardua, las palabras se
agolpaban en mi cabeza y me costaba articular una frase con sentido.
_Todavía no, prometida -corrigió ella, con un cierto tono de
disculpa. Parecía estar avergonzada por su condición de futura esposa.-
Aquellas palabras cayeron sobre mí con el peso de una losa.
Estaba comprometida con alguien, con alguien que no era yo. Amaba a alguien, a
alguien que no era yo. Me sentí ridículo e idiota, no comprendía porqué
aquellas palabras me afectaban tanto, ya me lo había imaginado antes. Pensaba
que me había hecho a la idea, pero sonaba mucho peor viniendo de su boca, de
sus labios carnosos que, comprendí aterrado, deseaba besar con dolorosa fuerza.
Tras un momento de silencio y con la cabeza agachada, alzó el cuello y, tras
apartarse grácilmente dos mechones de pelo rubio, todavía húmedo, de la cara,
clavó en mis pupilas sus límpidos ojos verdes. Comprendí que no estaba
acostumbrada a relatar su historia, a compartir sus más ocultos secretos
y sufrimientos con el primer desconocido que la acompañase a un hospital.
Cuando comenzó a hablar, lo hizo con una voz clara que, pese a intentar
aparentar normalidad, desprendía un infinito deje de tristeza y desolación:
_ ¿Recuerdas lo que te conté sobre mi hermana? –asentí de
forma prácticamente imperceptible. Presentía que aquel iba a ser un momento
importante y no quería interrumpir el relato de mi misterioso huésped- Bien,
pues cuando mis abuelos murieron, decidí que haría lo que fuera necesario para
salvarla. Absolutamente cualquier cosa. Pero una gran ciudad como Los Ángeles
no es lugar adecuado para una joven de diecisiete años y su hermana pequeña.
Necesitaba desesperadamente el dinero para el caro tratamiento de Susan y no
había muchas formas en las que yo lo pudiese obtener. –Sus ojos volvieron a
clavarse en los míos cuando me dijo, prácticamente suplicando- por favor, no me
juzgues por lo que hice, comprende que realmente lo necesitaba.
Cada vez más intrigado, comencé a intentar imaginar las
formas de conseguir una altísima suma al alcance de una joven, y me puse en su
lugar imaginando a mi adorable y frágil hermana pequeña enferma. Comprendí
entonces que yo también habría hecho todo lo necesario por ella.
_No te preocupes –respondí.-Nunca te juzgaré por nada, entiendo
la situación por la que pasaste, de verdad.
Sus labios esbozaron una cansada sonrisa que reflejaba una
mezcla de agradecimiento, tristeza y algo más. Un sentimiento que no lograba
identificar. Un sentimiento cuyo significado descubrí más tarde, y que me hizo
desear no haberlo descifrado nunca.
_Yo tenía diecisiete años cuando ocurrió, pero maduré de
golpe. Ambas pasamos a custodia del estado, pero como estaba cerca de la
mayoría de edad, busqué trabajo desesperadamente con la esperanza de poder
llevarme a mi hermana de aquel lúgubre orfanato en el que nos hacían pasar los
días. Por más que busqué empleo no encontré más que un trabajo temporal como
repartidora de pizzas, lo que no llegaba ni de lejos para cubrir los gastos
médicos de Susan. –Hizo una pausa, tragó saliva y bajó la mirada a la vez que
se estremeció.- Fue entonces cuando lo conocí.
Noté como sus hombros se convulsionaban, entonces supe que
le incomodaba hablar de su prometido. En aquel momento recordé las palabras que
había dicho el día anterior, que no quería volver con "él", que lo odiaba.
¿O había sido ese mismo día? La verdad es que desde que la conocía el tiempo
parecía correr de forma caprichosa, sin seguir un patrón fijo. Una parte de mi
mente reaccionó, até cabos y reuní el valor suficiente para preguntarle de
forma indecisa:
_Elisabeth… ¿Cuántos años tiene él?
En cuanto vi su expresión, supe que había dado en el clavo.
_Alfred tiene 47 años.
Dios kike esto está cada vez más interesante!! Continua pero no tardes tanto entre capitulos!
ResponderEliminarPues con el tema del selectivo no creo que me vaya a sobrar tiempo precisamente... Pero haré lo que pueda =)
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