domingo, 20 de mayo de 2012

Aquellos ojos verdes


Aquel día cambió mi vida, de vez en cuando me pregunto que habría pasado si no hubiese decidido hacerle una visita a mi abuela, si no hubiese cogido ese metro que me hizo encontrarme con ella, la persona que cambió mi vida. Cuando la vi me pregunté qué le habría pasado, cojeaba levemente y se sujetaba las costillas con gesto de desconsuelo. Cada vez que daba un paso una mueca de dolor contenido crispaba sus bellas facciones. Era rubia y tenía unos  preciosos ojos verdes. Supuse que era turista, tal vez alemana o inglesa. 

Yo salía de la boca del metro y ella andaba a un  ritmo rápido hacia mí. Parecía asustada, se volvía incesantemente como para cerciorarse de que nadie la seguía. Sus bellos ojos verdes estaban anegados en lágrimas y parecía contenerse para no echar a llorar. Un ramalazo de compasión se apoderó de mí y decidí acercarme a ella para ofrecerle mi ayuda. Cuando estaba a punto de hablar con ella sus ojos se cerraron y se desmayó.
Me entró el pánico, no sabía qué hacer, cómo ayudar. Había caído y se había golpeado en la cabeza contra el bordillo de la acera. Un arrebato de lucidez se abrió paso por mi mente y decidí llamar a urgencias, una voz femenina descolgó el teléfono, sin prácticamente darle tiempo de decir nada le dije que había una chica que se había desmayado y  le di el nombre de la calle en la que me encontraba. Al poco tiempo, pude escuchar la sirena de una ambulancia a lo lejos y suspiré aliviado. No había podido hacer gran cosa para ayudarla y recordé la insistencia de mi madre en que asistiésemos a cursos de primeros auxilios, era irónico, nunca pensé que me vería en una situación así. La ambulancia llegó y un hombre bajó de ella. Me preguntó si sabía lo que había ocurrido y le contesté que no, que la acababa de ver y que se había desvanecido. Le tomó el pulso y asintió para sí mismo. Tras una breve duda el hombre la movió y al hacerlo dejó al descubierto un pequeño charco de sangre que se había formado debido al golpe que se había dado la joven con el suelo. La subieron a una camilla y la metieron en la ambulancia, hice ademán de subir tras ella y, como nadie me lo impidió, lo hice. Aquel hombre le registró los bolsillos, seguramente buscando un móvil o una cartera con identificación o información sobre esa chica; el nombre de sus padres, su vivienda, su nombre …

No encontró nada, me lo temía. Cuando la vi cojeando supuse que debido a su aspecto de extranjera y a la fama que estos tienen de blanco fácil para los carteristas y atracadores, le habían robado. Las heridas que mostraba seguramente se las  hizo al negarse a darles el móvil, la cartera y en algunos casos incluso las llaves. Le expuse mi hipótesis al enfermero pero éste no se mostró muy interesado. A los pocos minutos llegamos al hospital y allí me separaron de ella después de preguntarme su nombre. Mientras estaba en la sala de espera en la que una simpática enfermera me pidió que me quedase, recordé que ni siquiera había avisado a mi madre así que me dispuse a ello. Descolgó el teléfono mi hermana pequeña que en aquel entonces rondaría los 7 años y sin darme tiempo a hablar me dijo que mi madre había salido a comprar y que volvería pronto, que mientras tanto podía hablar con mi padre. Le contesté que me daba igual, que era algo muy importante. En unos instantes escuché la ronca voz de mi padre contestar el teléfono. Le conté todo lo que había pasado y le comuniqué que probablemente esa noche me quedaría en el hospital velando a aquella chica. Mi padre parecía confuso, después de unos balbuceos y de abrir y cerrar la boca varias veces me dijo que no estaba obligado a quedarme,  las  personas pertinentes se encargarían de ello. Aun así no pude abandonarla, aunque tan sólo durante unos instantes, había visto aquellos ojos, aquellos ojos verdes de los que quedaría prendado toda mi vida.

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