domingo, 20 de mayo de 2012

Elisabeth


Una media hora después de la llamada la misma enfermera que me había dicho que esperase allí se dirigió hacia mí y con una sonrisa en los labios me dijo que aquella chica se encontraba estable y que tan sólo necesitaba un poco de reposo. Si cumplía aquellas indicaciones, al día siguiente le darían el alta. Sonreí aliviado y me dirigí a la habitación 209, la habitación en la que se encontraba aquella joven, tumbada sobre la cama con los ojos cerrados. Parecía que dormía plácidamente así que me dispuse a acostarme en el incómodo sillón en el que pasaría la noche pero entonces reparé en un detalle en el que no me había fijado antes; un anillo con un diamante engarzado adornaba su dedo anular izquierdo. Me extrañé, ¿Era un anillo de compromiso? ¿Cómo podía una mujer que no parecía mayor que yo estar comprometida? No pasaría los 18 años. ¿Cómo había conseguido que aquellos atracadores no se lo quitasen?

Mi mente intentaba desesperadamente encontrar respuestas a aquellas preguntas. En el fondo, odiaba la idea de que esa bella mujer estuviese comprometida. Me acerqué a ella todavía más y en ese momento abrió los ojos.

Una vez más la belleza de aquellos ojos me sorprendió, pero por lo visto, más le sorprendió a ella encontrarse con un hombre mirándola a unos palmos de su cara en la semipenumbra de una lúgubre habitación de hospital. Gritó tan fuerte que creí que mis tímpanos explotarían, acto seguido me propinó un empujón y se levantó de la cama. 
_¡No chilles!-le dije en un susurro.

La mirada de desconcierto que me dirigió me hizo saber que había acertado con mis suposiciones, no hablaba mi idioma. Lo intenté en inglés, un idioma que hablaba con casi tanta soltura como mi lengua materna ya que mi madre era inglesa y con bastante frecuencia visitaba a mis primos en Inglaterra. 

_¡No grites!-repetí. Esta vez sí que me entendió y  cambió de actitud. Pasó de estar acurrucada en la esquina como un animal acorralado a erguirse y alzar la cabeza.
_¿Quién demonios eres?- El tono autoritario y frío de su voz me desconcertó y no supe muy bien como responderle.
_ Bueno… Pues… -me repuse y con renovada confianza le dije- Te vi al salir del metro y te desmayaste, llamé a la ambulancia y como no encontraron información sobre ti ni a ningún familiar al que llamar decidí quedarme contigo hasta que te recuperases.
Pareció sorprendida y sus rasgos se dulcificaron.
_Te lo agradezco, pero no era necesario. Me llamo Elisabeth. ¿Cómo debo dirigirme a mi amable salvador?-me dijo con sorna.
_ Mi nombre es Javier.- Me disponía a darle dos besos cuando me extendió su mano izquierda dejando a la vista aquel odiosamente bello anillo. Le di un ligero apretón de manos. 
En aquel momento una enfermera alertada por los gritos de unos minutos antes prorrumpió en la habitación.
_¿Hay algún problema?- Ambos negamos con la cabeza y la enjuta mujer se marchó tan rápido como había venido.

_Bueno, háblame sobre ti. Me gustaría conocer mejor a la persona a la que le debo la vida.
De nuevo aquel tono de burla

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